El sueño de
una nación se fundamenta en un idioma, en una cultura,
en una identidad, en una idiosincrasia, en un
territorio común; amén de una organización política y
económica que aune los esfuerzos de sus ciudadanos en una sola
dirección: el progreso de sus miembros.
Pero ¿cuál
es el sueño de un colectivo de naciones que pretenden navegar
bajo un mismo estandarte, si no comparten ninguno de los valores
antes citados y sí muchos enemigos externos dispuestos a
bombardear su línea de flotación y alguno interno que no está
seguro del destino final?
Para
concentrarse en un solo poder fáctico, Europa debería sacrificar
los intereses particulares primando los colectivos, pero son
demasidos siglos de luchas intestinas como para reunir a los llamados
a la mesa de la concordia a un objetivo común.
Los vanos
intentos de adicionar voluntades tras la II Guerra Mundial muestran
ahora, en plena catarsis crítica, la ausencia de fundamento, de
solidos principios y de firmes voluntades por renunciar a lo propio
en favor de lo colectivo.
Si de hecho
ya había constantes movimientos centrífugos dentro de cada país
que reclamaban sus derechos históricos de autonomía y/o
independencia, parece difícil, por no decir imposible, que haya
una tendencia centrípeta capaz de sumar en vez de restar a la
Unión.
Ejemplos
como los de las Políticas agrarias comunes, de fronteras de
seguridad internas, de parlamentos y tribunales supranacinales y más
recientemente de una moneda común, parecían marcar la buena
dirección, pero la crisis económica ha evidenciado una crisis
del modelo completo.
Europa más
parece un castillo de naipes que quiere aparentar la seguridad de una
fortaleza inexpugnable y mientras ha durado la farsa, todo ha ido
bien, pero los rivales han descubierto que íbamos de farol y
están torpedeando nuestra identidad común
sobreponderando la Germania.
Antaño, en
las familias, para afianzar los lazos se decía aquello de “o somos
o no somos”, y ya vinieran mal dadas o las vacas fueran flacas, el
caso es que se tiraba del “colchón consanguíneo, pero insisto,
esta crisis ha demostrado que en Europa, por ahora, seguimos “sin
ser”.
Desde los
inicios de la crisis, allá por mediados de la década pasada, en
vez de haber más política común, “más Europa”, como
decían algunos intelectuales, ha habido una huida hacia adelante
donde cada Mº de Economía ha procurado tapar sus agujeros mirando
de soslayo al resto.
Es cierto
que siempre ha habido hormigas y cigarras, tontos y listos, honrados
y avispados, ingenuos y pícaros, ciudadanos y banqueros, pero en
todas partes, no solo en España. Mientras unos apostaban por
ladrillos y fondos contaminados, otros acumulaban granito a granito.
Ahora a los
segundos les toca tapar el agujero de los primeros, y ya están
hartos, a nivel local, regional, nacional o supranacional, y es
comprensible que algunos ya estén muy hartos de pagar “justos por
pecadores”, mientras otros siguen metiendo la mano en la saca.
Da igual lo
que digan los Durao Barroso, Van Rompuy, Solana, etc. Mientras los
Goldman Sachs, Standar & Poors, Fitch, Trichet, Bernanke,
Lagarde, socaven los cimientos de esta frágil Unión asentada solo
en una moneda común, no hay futuro compartido sino libre
albedrío.
1 comentario:
Tienes razón, ademas ahoranquenhan bajadonla calificación de Madrid.
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